jueves, 20 de agosto de 2015

TIEMPOS MODERNOS


Me quedo admirada cuando veo a mi nieto poner su dedito regordete sobre cualquier pantalla que vea, y es que los críos nacen ya con las nuevas tecnologías interiorizadas.

A ese bichito rubio lo adoro, tanto como a mis propios hijos pero con un valor añadido, y es que yo no tengo la responsabilidad de educarlo, eso es cosa de su padre y su madre, los cuales por cierto lo están haciendo divinamente. Las abuelas estamos para disfrutar con ellos y de ellos y ellos de nosotras, sin complicaciones  ¡Esta etapa  es una auténtica delicia!

Bueno, que me disgrego, a lo que iba. Yo nací en la posguerra tardía en un pueblo del interior de  Andalucía, Torreperogil, en las estribaciones de la Sierra de Cazorla en la provincia de Jaén, y en mi casa había una radio de bujías, el único medio que nos unía con el  resto del mundo,  al menos en la medida que la censura lo permitía.

Vi llegar la primera cocina de gas, era blanca y de sobremesa con tres fuegos y una bombona azul pequeñita, hasta entonces mi madre había guisado en una cocina de carbón tradicional, un poyo de hornilla con dos agujeros bajo los cuales se encendía el carbón y en la cual se avivaba  el fuego con un soplillo, aquello fue un buen salto en la calidad de vida de mi madre.

Instalaron en mi casa grifos de agua potable, hasta el momento el agua para la higiene domestica provenía de una fuente publica y era transportada en cantaros por una mujer contratada ad hoc, y la bebestible llegaba cada dos días en una pipa que traía Alejandro el aguador, mi madre compraba dos cantaros que colocaba en la alacena en una cantarera donde se conservaban bastante fresquitos. Con el grifo llegó también el rudimentario cuarto de baño, con una ducha primitiva que se llenaba con cubos de agua, ya no hacía falta calentar el barreño de zinc en el patio y bañarnos por orden de menor a mayor. Esto supuso un buen aumento de la calidad de vida de mi madre y del resto de la familia.

Luego llegó la lavadora, era un coñazo que había que llenar de agua y vaciar, un aparato que supuso un gran salto en la calidad de vida de mi madre, también. Que no era lo mismo lavar a mano frotando en el refregador y hacer la colada con cenizas, que meter los trapos en un aparato que lavaba “solo”.

Luego llegó el televisor, ya hacía unos 6 años que en España se emitían programas, pero hasta entonces la tele se veía en casa de algún vecino más adinerado que tenía que soportar  al vecindario metido en su casa los domingos por la tarde para disfrutar del maravilloso invento.

La nevera también llegó en su momento. Había que cargar una barra de hielo cada día en la parte superior del aparato, todas las mañanas venia el carro del hielo a proveernos del frío artificial. Mi padre le hizo una mejora mandando colocar debajo del habitáculo del hielo, un serpentín de plomo con un depósito  y un grifo del que salía agua fresquita. Otro gran salto en la calidad de vida común.

Coches en mi pueblo debían haber unos 10, entre ellos los tres taxis que formaban el censo de la infraestructura de comunicaciones con el pueblo de al lado, junto con la Alsina, autobús que nos comunicaba dos veces en semana con la cabeza de partido, Úbeda. Los taxis eran Seat 1.500 todos ellos.

La primera vez que hablé por teléfono, mejor dicho, que mi hermana año y medio mayor que yo intentó hablar por ese aparto, fue desde una tienda que había al lado de mi casa. Entonces en las casas normales no había teléfono, había que ir a la central y pedirselo a la operadora, que tenía delante un mamotreto lleno de cables y clavijas que iba enchufando y desenchufando en distintos agujeros, eso si se trataba de una llamada local, si querías una conferencia eso ya era harina de otro costal, había que quedar para por la tarde o para el día siguiente. Pues bien mi madre nos mandó para llamar al practicante, cuando mi hermana, la pobre, escuchó aquella voz salir del tubo aquel, abrió unos ojos como platos y salió pitando como alma que lleva el diablo. Naturalmente yo salí propulsada presa del pánico detrás de ella, corría como alma que llevan al menos tres diablos, no sabía bien de que corría yo, pero corría porque sabía que había que correr ¡Menudo choteo luego en mi casa entre mis hermanos mayores! Duró años el cachondeo.

Y todo esto sucedió entre mi nacimiento y mis 6 años, unos adelantos increíbles en tan poco tiempo, si bien es verdad que las grandes ciudades y el resto del mundo ya disfrutaban de todos estos adelantos y más incluso.

Pronto, tras la tragedia familiar que supuso la muerte de mi hermano, nos trasladamos a Sevilla, una metrópolis que habíamos visitado en alguna ocasión durante algún verano. El cambio fue brutal, para mí el supermercado y los productos envasados fueron un gran impacto. Ya no cuento lo que supuso ver los juguetes de una vecina  americana, Micheo, hija de un militar de la base de San Pablo, yo alucinaba viéndolos y jugando con ellos.

Pues todo esto que cuento es peccata minuta enfrentándolo con los adelantos que en los últimos 20 años hemos tenido la oportunidad de conocer. De mis 6 años a mis 40 ha habido adelantos, claro que sí, mejoras sustanciales de lo que ya había, tanto en electrodomésticos como en comunicaciones, automoción y tecnología en general. Lavadoras automáticas, secadoras, coches potentes, teléfonos en todas las casas, vitrocerámicas, televisión en color etc. Pero todo esto es ya casi nada, puesto que disfrutábamos de ello hacía cuatro décadas,  comparándolo con Internet  y telefonía móvil, aquí es donde hemos dado el salto cualitativo para cambiar la vida del mundo en general, y no digo aumentar la calidad de vida, aunque también, según se mire y según qué parte del mundo se mire.

Y a lo que iba ¡menudo cambio entre mi infancia y la de mi nieto! Los cambios son vertiginosos y exponenciales, del ordenador mamotrético de hace 20 años hemos llegado a la Tablet, del modem chirriante que nos conectaba a la red, por cierto bastante rudimentaria, al Wi-Fi, de las cintas de cassete, pasando por los efímeros CD,´s, al pendrive, de la televisión pública a la televisión por cable, de los libros de papel a los eBook .

Sin entrar en el daño irreparable que le estamos causando al planeta -ese es otro tema sobre el que escribir largo y tendido- me encanta ver como mi pitufillo se desenvuelve en este complicado mundo al que ha venido, con que naturalidad-como todos los niños nacidos en los últimos cinco años-interiorizan todas estas cosas que para mí no dejan de ser una especie de milagro.

También me maravillo de ver cómo siendo ya una abuela me he adaptado tan divinamente a la época y como disfruto de estos nuevos “tiempos modernos”

¡En el fondo sigo siendo una niña!