Nos llevamos todo el año esperando, ansiando las vacaciones
anuales, en verano claro, es la época institucionalizada para ello, pero estas
no dejan de ser una ocasión envenenada de sufrir el tan esperado descanso.
Cierto es que el cuerpo y la mente humana necesitan un
reposo, una desconexión para retomar de nuevo con más ganas y mejores
predisposiciones la tediosa tarea cotidiana, pero, ¿de verdad descansamos
en las vacaciones de verano?
Se me ocurren varias hipótesis para estos meses estivales donde el movimiento de masas de un punto a otro de la comunidad, del país, del
continente, del hemisferio, del planeta en suma- que la globalización entre
tantos inconvenientes tiene algún ¿beneficio?-, y ninguna es buena.
En el primer supuesto, nos vamos a la playa, a descansar,
pensamos- y sí, como se dice ahora, va a ser que sí- tienes o alquilas algo en
una zona playera, tiene que ser turística, o sea llena hasta los topes de
gente, para encontrar una minina cantidad de servicios.
El primer reto es llegar, siempre llegar es el primer reto,
haz las maletas, llevas media casa y todo el armario, carga el coche hasta las
manillas-aquí ya estas medio agotada- conduce por carreteras repletas de coches
repletos como el tuyo, llega, descarga y coloca, asiéntate y visita el lugar ya
conocido o en su caso explora el lugar desconocido, regresa a ese lugar inhóspito
que es tu casa de verano, la casa alquilada o el hotel contratado, y acuéstate
tan agotada como si hubieras descargado un camión de sacos de cemento.
Y ahora viene la guasa, vete cada día a la playa cargada hasta
la bola de sillitas, sombrillas, neverita, toallas, cremas de protección solar,
el libro que estás leyendo y alguna cosilla más que ahora no se me ocurre, pero
que seguro que te hace imprescindiblemente falta a orillas de la mar.
Busca un sitio para plantar tus reales, en primera línea nada
de nada, ya han llegado los tempraneros y han copado las posiciones privilegiadas,
y cerca del chiringuito tampoco que ya también han llegado los amantes de la
cervecita y las sardinas y se han colocado en las proximidades, o sea, o te
pones cerca ya de la calle y te quemas hasta las pestañas para llegar al agua o
te pillas el coche y te vas a otros parajes en los que acceder al mar conlleva
una larga caminata, esa idea queda descartada por asentimiento general, así que
te vas a la playa más cercana a tu residencia, esa a la que va todo el mundo,
esa en la que para llegar al agua tienes que sortear mil y un obstáculos, esa
donde hay tres mil personas por metro cuadrado bañándose y donde te da por
pensar, todos ellos al entrar al agua han sentido la perentoria y humana
necesidad de evacuar aguas menores, te haces un cálculo mental y dices para ti,
no, no, no, eso no puede ser sano, yo ahí no me meto.
Llega la hora de comer y ahí viene la segunda misión imposible,
encuentra un sitio medio decente para comer o cenar, según sea el caso, donde
no te den mierda y no te la cobren a precio de oro, como mínimo tendrás que
hacer cola, comerás tarde y mal, otra opción es comer en casa con lo que habrás
tenido que hacer la compra, hacer la comida, fregar los platos, en fin, lo de
cada día del año pero con más inconvenientes.
Y vuelta a la residencia veraniega, llena de arena hasta el oído
medio, cansada, cabreada y con unas ganas tremendas de estar en tu casita, la
de siempre, esa donde tienes todas tus comodidades, tu cama, tu baño, tus
libros, tus cosas.
La segunda opción que se me viene a la mente es un viaje cultural
a otro país, la odisea sigue siendo llegar, en estas épocas estivales existe
una circunstancia totalmente legal llamada overbooking gracias a la cual te puedes encontrar el
vuelo que has contratado completo, o el
hotel, o ambas cosas y te encuentras en tierra de nadie, esperando el próximo vuelo
o reenviado a otro hotel de similares características pero en donde todo te
queda a veinte kilómetros, a la vuelta te puedes encontrar con idénticos inconvenientes.
Hay otra opción que es
ir a visitar a la familia allá donde se encuentren, craso error, ahí sí que te
has caído con todo el equipo, en casa ajena, te tienes que acoplar a las
costumbres y planes de los residentes visitados.
Y la última y más deseable, te quedas en tu casa, la de siempre,
donde tienes tu cama, tu baño, tus libros, tus cosas.
¿Vacaciones en verano?, ¡no, gracias!, el año que viene o en
primavera o en otoño.
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