Ayer fue un día
muy especial para un amigo que cumplía 29 años y para su madre, pero sin ser yo
arte ni parte en este cumpleaños, era una simple invitada, también simbólicamente
fue una celebración inmensamente emocionante para mí. No voy a citar sus nombres,
incluso he evitado poner imágenes de ellos (he puesto solo alguna del salón de celebraciones
que estaba espectacular) por aquello de la privacidad y de que cada uno es dueño
de su propia historia.
Y su
historia, aunque de manera casual, se entrelazó con la con la mía, con la de mi
familia, en las peores circunstancias que un ser humano pueda imaginar. Este
chico y su madre compartieron ubicación física con mi hijo y conmigo, en una habitación
de hospital, en la planta de oncología. Los dos estaban tratándose de esa plaga
que asola la salud de tanta gente, ambos estaban sufriendo un tratamiento
terrible para erradicar un cáncer, y el uno y el otro fueron en esos
aterradores momentos un ejemplo de
fortaleza de carácter, de buen humor y de ánimo, fueron ellos los que nos dieron
fuerzas a nosotros para afrontar tan tremendas circunstancias.
Cuando iban
a pasar a mi hijo a la habitación que luego compartiríamos, M (lo llamaré así) estaba
tan mal que no podía tomar nada solido, así de perjudicada tenia la boca. Blas,
mi hijo, estaba aun peor, tanto que finalmente en vez de ir a esa cama fue
trasladado a la UCI donde pasó casi 20 días,
y por fin muy mejorado subimos a planta y compartimos espacio, preocupaciones, buenas
noticias, historias y todo lo que significa
convivir tan intensamente en ese reducido espacio.
La coincidencia
quiso que además de compartir habitación también compartiéramos pueblo, porque
M y su madre viven en nuestra misma localidad, en un barrio muy cercano, y
aunque no nos conocíamos teníamos algunas amistades comunes, entre ellas Sandra,
una mujer excepcional. He de decir que M es sudamericano, igual que Sandra y
muchos de los asistieron al cumpleaños, porque ellos se han organizado en una asociación
donde se dan apoyo mutuo, vivir lejos de tu país y de los tuyos es duro.
La decoración
del salón era amarilla y negra, M y su madre iban también de amarillo y negro, el
efecto era espectacular. Degustamos platos típicos de su país, todo delicioso,
y bailamos, pero sobre todo el cumpleañero y su progenitora lo hicieron al son
de la marimba, y ahí, al verlo tan guapo y fuerte, abrazado a su madre danzando
por el salón, con esa soltura, no pude evitar llorar. Tampoco pude evitarlo cuando se dirigió a los
asistentes y explicó que el amarillo es el color de la amistad, y que aquella
fiesta era un homenaje a ella, esa que se siente en los malos momentos, porque
para fiestas siempre hay quien te acompañe, pero en una habitación de hospital
y las circunstancias que lo rodean es donde se ven los amigos, que son como las
estrellas, que aunque no los veas de día, ahí están, y en la oscuridad es
cuando brillan con todo su esplendor.
Ver a M tan
bien, tan saludable (hubo un momento en que ni levantarse de la cama podía, necesitaba
oxigeno aun en estado de reposo) atendiendo a los invitados, comiendo, bailando,
disfrutando de la vida, me llevó a esos oscuros momentos donde él y mi hijo
estaban tan mal, que no sabíamos cómo iban a escapar del embate.
Hoy M y Blas
están geniales, sometiéndose a sus obligadas revisiones, pero han superado de
una forma magnífica esos momentos terribles y continúan viviendo intensamente,
felizmente, afortunadamente sus vidas.
Feliz cumpleaños
M, que cumplas cien mas.
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