martes, 20 de julio de 2010

Mis recuerdos IV







El invierno pasaba lento, como todo el tiempo con esa edad, que largos se hacían los meses hasta las vacaciones, pero tras el invierno siempre llega la primavera, o al menos eso es lo que viene sucediendo desde la última glaciación, y la primavera en mi pueblo era algo exultante, todo se teñía de un verde lujurioso, no era solo el verde mate de los olivos, sempiterno color del horizonte, en primavera todo era verde brillante, las huertas empezaban a florecer, empezábamos a tener verduras frescas de temporada, los campos se cubrían de espigas de trigo, parecían un mar en movimiento cuando corrían las ráfagas de viento.

Era una época mágica, sin el frio extremo del invierno ni el calor insoportable del verano, salíamos de la escuela y nos íbamos a jugar a las calles y los campos, a veces nos íbamos al pueblo de la lado andando, Sabiote, pueblo con el que como es tradición nos llevábamos muy mal, nos dirigíamos allí caminando por una vereda de carne, un camino de tierra de unos cuatro kilómetros, no sé cómo era la cosa, pero los niños del otro pueblo siempre nos estaban esperando pertrechados de piedras, para darnos una conveniente bienvenida, tras la batalla volvíamos a nuestro pueblo, unas veces mejor y otras peor, lo bueno era cuando los enemigos de Sabiote, de los que decíamos “que el que no es tonto, es cipote”, venían con ganas de gresca, y no se tampoco como era la cosa, yo era muy pequeña, perol alguien ya sabía que venían los sabioteños, y como es normal los esperábamos bien pertrechados, más que nada para darles la misma bienvenida, no hay que ser descorteses.


Mis hermanos eran más malos que la quina, siempre había alguna fechoría por la que alguna madre venia a casa a quejarse, pero mi santa madre, sabia donde las haya, en cuanto se olía el pescado se metía al fondo del patio, en los gallineros a recoger los huevos, así que si la buscaban, quien atendiera la puerta decía que mi madre no estaba, y santas pascuas, después mi padre ponía orden en el asunto, ya mi madre se encargaba de informarle de las novedades.


Recuerdo que un día vino una señora, abuela de una niña a la que mis hermanos habían dado en el culo con una penca de chumbera, le habían puesto el culete bien lleno de púas, también me acuerdo cuando cogían un huevo, le hacían agujeros en ambos extremos, mi hermano Paco se lo bebía y luego le ataban un hilo, dejaban el huevo en medio de la calle, una poco transitada, donde estaban las Torres Oscuras, restos de unas almenas mudéjares con sus buenos pliegos de murallas aun en buen estado, se ocultaban detrás de las piedras y cuando venia alguna persona, viejecitas habitualmente y trataban de coger el huevo, este se deslizaba suavemente por las piedras, mis hermanos tiraban del hilo hasta que la vieja se daba cuenta del truco y juraba en arameo, como en aquella época no había muchos juguetes, ni nintendo, ni ordenadores ni nada de esas cosas, la imaginación tenía que trabajar para buscar pasatiempos divertidos, jugar en grupo era lo mas.

Tengo un recuerdo de lo más curioso de esa calle, muchas veces esperando que pasara alguna incauta, escondidos detrás de las piedras veíamos a las mujeres viejas hablando entre ellas, y el recuerdo es ver, mas de una vez, cómo mientras pegaban la hebra alguna de ellas sentía necesidad de orinar y sin más preámbulos , de pie y con las piernas ligeramente abiertas, soltaba allí la meada, impertérrita y mientras seguía una conversación coherente con la interlocutora, a mi aquello me resultaba alucinante, pero era una práctica habitual entre las viejecitas de mi pueblo.


Con el buen tiempo llegaban las salidas a jugar a la calle hasta más tarde, a la horade la merienda mi padre salía a la puerta y hacia un silbido muy especial, mis hermanos y yo sabíamos que era mi padre llamándonos para merendar, era oír el silbido de mi padre y estar en la puerta en menos que canta un gallo, me rio yo de los móviles, con la merienda en la mano salíamos pitando otra vez a la calle, mi merienda preferida era un trozo de pan con aceite y azúcar.


Nos íbamos a las eras a saltar por allí, a ver a los viejos que iban a hacer sus necesidades, ¡éramos muy escatológicos!, era costumbre del pueblo entre los hombres mayores ir a evacuar el vientre al campo, en las eras bajas, las eras eran unas tierras llanas y altas donde se llevaba el trigo cosechado, allí se trillaba y aventaba para separar la paja del grano, en primavera no había tajo allí, pero era un sitio buenísimo para jugar, tirarnos sentados en un cartón de la era alta a la baja, jugar a la cuerda, a tirarnos pedradas, en fin, lo que eran los juegos de aquellos tiempos, en grupo y al aire libre.

Y así pasábamos el tiempo, jugando en la calle, aprendiendo a negociar y a convivir.




2 comentarios:

  1. Sentí como si viajara a un mundo donde me gustaría quedarme para siempre.
    Un abrazo Inma.

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  2. Y así es amigo Pherro, es un viaje en mi memoria a un mundo donde me habría gustado quedarme.

    Me alegra que vivas así mis relatos.

    Nos leemos amigo

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