jueves, 22 de julio de 2010

Mis recuerdos V





El verano era la época preferida, viajábamos a Sevilla para ver a la familia de mi madre, el viaje era toda una epopeya, en autobús “ La Alsina”, tardábamos unas doce horas desde Úbeda, que era la cabecera de partido de mi pueblo, estaba a 4 kilómetros y era el pueblo de referencia para todo, hasta Sevilla, llegábamos muertos de cansancio y de la estación íbamos a casa de mi tía abuela “tita monina”, la traducción es tita madrina, porque era la madrina de todos los primos mayores, alguno la empezó a llamar así y seguimos los demás.

La tita monina, Dolores era su nombre, vivía en pleno centro de Sevilla, en la Cuesta del Rosario, en una casa muy señorial, y no vivía allí por ser acomodada, ¡qué va!, es que mis bisabuelos, los padres de ella y de su hermana, mi abuela Mami, madre de mi madre eran los porteros de la finca, mi tía heredo de sus padres el empleo y la vivienda, así que además de hacer las funciones de portera, cosía para la calle, era una buena modista y se quedó soltera la pobre por culpa de un malentendido.

En la Plaza del Pan, que estaba justo enfrente de su casa, paraban los taxis de los pueblos de la provincia que cada mañana venían a la capital a traer gente para hacer sus recados, los taxistas mismos también hacían muchos recados para la gente de sus pueblos mientras esperaban a sus clientes, les llamaban “cosarios”, mi tía los conocía a todos porque dejaban muchas cosas en su portería, un día uno de los taxistas “Juanito Pelotas”, del Arahal le dijo de broma, Dolores prepárate que nos vamos para el cine, con tan mala suerte que el novio de ella estaba llegando, oyó al taxista, se asomó a la puerta y le dijo, vete con él, y hasta hoy, nunca más se supo.

Mi madre había nacido en la Plaza de la Alianza en el Barrio de Santa Cruz donde vivían sus padres y sus hermanas, pero se había criado con la Tita Monina y sus abuelos muy cerquita , así que nos pasábamos el día de una casa a otra, con todos mis primos y primas, pasando un calor mortal, menos mal que las vacaciones en Sevilla duraba quince días, porque donde lo pasábamos realmente bien era en mi pueblo, cuando volvíamos a veces se venían mi tía Conchi y mi prima Mari Reyes a pasar unos días con nosotros.

En verano era increíble, desde bien temprano estábamos en la calle, o bien con Tomas en la huerta, o bien en las eras montándonos en el trillo mientras trillaban el grano de trigo, era mejor que ir a un parque de atracciones, cuantas peleas para montarnos los primeros, mis hermanos mayores con sus amigos se iban a las fincas a bañarse en las albercas, entonces no había piscinas, había unos depósitos de agua para regar los sembrados, lo más parecido a una piscina que se puede encontrar, pero sin depuradoras, ni cloro, ni anti algas, todo muy natural, agua pura embalsada, no me explico cómo no se ponían malos de gastroenteritis, pero nunca pasaba nada, cuando volvía la pandilla de los niños de bañarse en las albercas venían cantando a voz en grito “sacúdete los alpargates haciendo así” y dando unos zapatazos descomunales en el suelo, para precisamente sacudirse de polvo las zapatillas, pasaban por las eras y se ponían allí a gamberrear, de las eras a casa comer y hacer la siesta porque en mi pueblo en verano hace un calor de justicia.

Por la tarde, arregladitos al cine de verano, con los bocadillos y algún dinerito para chucherías, todos juntos pero no revueltos, mis hermanos con sus amigos y mi hermana y yo con Angelita Rubio y su hermano Pepito, eran hijos del Sr. Ángel, un guardia civil del cuartel vecino, Pepito y yo éramos como un mal inevitable para mi hermana y Angelita, éramos los más pequeños y de no ir con ellas nos quedábamos en la puerta de casa jugando solos, menos mal que las madres imponían orden y concierto y nos llevaban con ellas, siempre nos llevaban con ellas, ¡a ver qué remedio!

Unos días los dedicábamos a pasarlos en casa del hermano de mi padre en Baeza, con mis primos, a veces nos íbamos a casa de la abuela de mi prima que vivía en una finca al lado del rio Guadalquivir, allí nos bañábamos tan ricamente mientras la abuela de mi prima nos preparaba pepinos fresquitos con miel, ¡que delicia!.

El día del cumpleaños de mi madre, mi padre siempre hacia helado, estaba buenísimo, invitábamos a todos los amigos y era uno de esos días que siempre recuerdo con especial cariño.

Que veranos aquellos, entre la huerta y la burra, las albercas, las eras y el trillo, los helados de mi padre y los de “Manel” que era el heladero del pueblo, los polos que cambiábamos a un hombre que se paseaba en verano por el pueblo cambiando hierros viejos, zapatos usados y pieles de conejos por polos y helados, el cine de verano y la feria, que infancia más libre y feliz.

Y las frutas, tan jugosas, que melocotones, ciruelas, higos, brevas, uvas, tomates, pepinos, esas sí que nunca más las probé como aquellas.

2 comentarios:

  1. Esas si eran vacaciones, no hacer nada más que divertirse.
    Se me hace agua la boca cuando cuentas lo de las frutas.
    Un abrazo Inma, cuídate, luego nos leemos.

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  2. Querido amigo, no se hoy en dia aquellas sabrisisimas frutas tendrian el mismo delicioso sabor, pero ya se sabe que los seres humanos tendemos a idealizar las cosas en los recuerdos de los buenos tiempos, yo disfruto recordandolo, es lo importante.
    Nos leemos

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